CHIPRE Y LA LOCURA DE EUROPA
Tres años después de la tragedia griega que supuso el inicio de la crisis del euro, el rescate a Chipre confirma que no hay indicios de vida inteligente en Europa. Versionando a Einstein, “hay dos cosas que tienden a infinito; los costes asociados a un corralito con quitas a pequeños depositantes y la estupidez humana. Y de la primera no estoy seguro”.
Los depósitos de pequeños ahorradores son un pilar básico de la sociedad y de la democracia y debe ser la última opción para resolver una crisis de deuda. Hacer pagar antes a los depositantes que a los bonistas incumple una norma ya escrita en el libro del Deuteronomio. El único país que hizo esto en la crisis de la deuda de los ochenta fue Rumania y Ceaucescu acabó ante el pelotón de fusilamiento.
Pero hacerlo sin un Plan Marshall que saque al país del hoyo, con un ajuste fiscal que condena a Chipre a una depresión y con un préstamo que sitúa la deuda pública por encima del 150% del PIB es simplemente una aberración económica. Dentro de un año habrá que hacer una quita a la deuda pública y ¿otra quita a los depositantes? Es evidente que con estas condiciones Chipre debería haber solicitado su salida fulminante del euro y apoyo financiero directamente al FMI.
Para dar un escarmiento moral a un país pecador y unos miles de rusos que blanquean dinero, Europa se salta dos principios básicos de los Tratados: i) la deuda pública avala los depósitos menores de 100.000 euros y ii) el corralito impide la perfecta movilidad de capitales. Hay crisis sistémicas cuando existen elementos comunes y este es un ejemplo de manual.
Para dar un escarmiento moral a un país pecador y a rusos que blanquean dinero, Europa se salta los Tratados
El comportamiento de los ahorradores ante eventos de esta naturaleza es un paseo aleatorio similar al que sigue un electrón dentro del átomo. Esto significa que la dinámica es impredecible, pero dentro del caos existe un orden. Lo normal es que hoy lunes veamos mucha tensión en los mercados financieros, especialmente en acciones bancarias y primas de riesgo periféricas, y el euro se deprecie con fuerza.
Desde el pasado verano los mercados viven bajo el velo de la ignorancia que provocó la oportuna intervención de Draghi. Berlusconi y Grillo parecen una excelente noticia ya que las bolsas suben y las primas de riesgo bajan. Que la Comisión Europea anticipe que sin nuevas medidas el déficit público español estará próximo al 7% también es una excelente noticia para los inversores. Un impago de deuda del gobierno irlandés al BCE es una excelente señal para comprar bonos a 10 años. Esto es lo que algunos economistas siguen denominando mercados eficientes.
Un banco central es determinante para resolver una crisis de deuda. Cuando los inversores se asustan y sólo consideran segura y líquida deuda pública de los países centrales, el banco central debe actuar como prestador de última instancia para evitar una depresión. Pero, como ha quedado de nuevo de manifiesto en Chipre, el banco central no puede, ni debe, resolver problemas de solvencia.
El único país que hizo esto fue Rumania y Ceaucescu acabó ante el pelotón de fusilamiento
En los depósitos, el corralito en Chipre ha sido una decisión política innecesaria pero se contagiará. Los bancos griegos quebraron tras la quita de la deuda pública helena en 2011, igual que los chipriotas, y aún no han sido recapitalizados. Los griegos ya han sacado el 30% de los depósitos de sus bancos y todo es susceptible de empeorar.
Lo políticamente correcto en estos casos es decir que España no es Chipre, pero como te enseñan en América Latina estas crisis no se resuelven con lo políticamente correcto. En España desde el Quijote también tenemos tendencia al velo de la ignorancia. En 1873 se produjo una de las primeras graves crisis financieras globales. Nosotros estábamos con la Primera República primero y con las guerras carlistas después y apenas nos afectó. Pero seis años después nos vimos obligados a abandonar la convertibilidad de la peseta y a adentrarnos en uno de los siglos más oscuros de nuestra historia.
Los riesgos para la economía española
En España ya hemos tenido un plan de recapitalización bancaria de la Troika en 2012 y la probabilidad de un corralito sigue siendo muy reducida. Pero dicho esto somos un país en depresión, donde la recuperación ni está ni se la espera. Creemos ciegamente en el mantra de “las exportaciones van bien” pero nuestros principales socios europeos han entrado en recesión y nuestras ventas en el exterior han caído con fuerza desde el pasado verano. No es un problema de competitividad, sino de debilidad de demanda de nuestros clientes, incluida Alemania. Además de crecer, para retornar la deuda pública a una senda sostenible necesitamos un superávit fiscal primario. El déficit primario supera el 4% por lo que aún nos queda un par de duros ajustes por delante. Aunque con tanto trasiego de las cuentas públicas en 2012 nadie sabe ya cuál es en realidad.
Nuestro banco malo es una especie de Frankenstein que nadie entiende y que se acabará rebelando contra sus creadores. Nuestros bancos, a pesar del intenso saneamiento realizado desde 2009, ven cómo su negocio disminuye, la morosidad aumenta a velocidad de vértigo, especialmente en pymes y los precios de los activos inmobiliarios que se adjudican se desploman. Lo que sabemos los economistas de las depresiones es que hasta que no se sanee el sistema bancario no retornará el crédito y la economía seguirá destruyendo empleo y generando infelicidad.
Lo peor de la crisis del euro es la moral que la sustenta. Los economistas nos liberamos de la filosofía moral en el siglo XIX pero Merkel y los cruzados de la austeridad suicida nos han vuelto a atrapar. EE UU ha demostrado que esta crisis no es una maldición divina y nos ha enseñado la hoja de ruta para resolverla. La política económica americana no está exenta de riesgos, pero son infinitamente menores a los que suponen la inacción y las chapuzas que hacemos los europeos.
El rescate a Chipre provocará tensión y debe ser una señal para cambiar la política económica. Nos equivocamos poniendo más paños calientes. Los sistemas complejos en los que se reduce la volatilidad artificialmente aumentan su vulnerabilidad. Y la variable que ningún Gobierno controla en una crisis de deuda es la estabilidad social. Basta ya.
José Carlos Díez es economista jefe de Intermoney y profesor de economía de Icade.
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